A menudo sucede que un buen viaje comienza tras la lectura de un buen libro y en esta ocasión no sería diferente. Corto Maltes, el legendario marino creado por Hugo Pratt, fue en última instancia el “ culpable “ de lanzarme a descubrir Uzbekistán. Pero no fue el único.
Texto: José Luís Angulo
Fotos: Ángel Carro
Lei La casa dorada de Samarcanda y sentí que mi momento había llegado, tenía que partir. Pero no es menos cierto que algunos nombres, en este caso Samarcanda, ya me inquietaban desde niño. Confieso que no recuerdo cuando me sentí atraído por primera vez por lugares como Tumbuctu, Macchu Picchu, Tibet, Congo y un inagotable etc… pero si recuerdo que siempre tuve la certeza que visitaría esos legendarios lugares.
¿ Quién no ha deseado emular a Marco Polo, el incansable viajero veneciano, recorriendo la mítica Ruta de la Seda ?. ¿ Quién no ha anhelado visitar las ciudades caravaneras de Asia Central?. ¿Quién no ha cerrado los ojos y soñado despertarse recorriendo los mercados de Samarcanda ?
Tashkent
Bueno pues ahí estaba yo a punto de aterrizar en Tashkent, la capital de Uzbekistán.
La que en su día fuera una de las 15 repúblicas que formaban la Unión Soviética había alcanzado su independencia en el año 1991. Pero la historia de los pueblos de Asia Central es larga y nunca fue sencilla ni pacífica. En la década de 1860 la región fue conquistada por el zar Nicolás I pero no fue hasta la Revolución de 1917, ya que hasta ese momento había sido un rompecabezas de difíciles alianzas entre janatos, emiratos, etc, y donde cada uno velaba por sus propios intereses, cuando el mapa de la región comenzó a redefinirse. En mayo de 1925 Uzbekistán, más tarde lo harían Turkmenistán y Tayikistan y por último, en 1936, Kazahastán y Kirguistán entraron a formar parte de la URSS. A partir de ese momento todo fue más uniforme, al menos eso intentaron desde el poder central de Moscú.
Tashkent no es desde luego un lugar inolvidable, al contrario. Nada de lo que vi en esta ciudad impersonal, atravesada por grandes avenidas arboladas y plagada de inhóspitos edificios de la ya lejana época soviética, me hicieron pensar que me encontraba a escasos kilómetros de lo que fue uno de los ejes principales de las rutas caravaneras que recorrieron estos inhóspitos desiertos y estepas cargadas de valiosas mercancías.
Pero la paciencia es uno de los más preciados enseres que debe cargar cualquier viajero en su equipaje asi que no me inquieté, antes o después llegaría a Samarcanda, mi lugar soñado.
Aunque a menudo no resulta sencillo llegar al destino deseado sin pasar por estos engorrosos preámbulos no hay que darle demasiada importancia ya que eso es también parte del viaje.
Me instalé en el hotel y, sin mas demora, me lancé a la que sería mi primera cena en este periplo. Entré en un minúsculo y anónimo restaurante cercano a Khazrat –i Iman, donde aseguran se encuentra el Corán más antiguo del mundo ( s.VII). No tenía mucho apetito, pero ya se sabe que los mercados y restaurantes suelen ser excelentes lugares para conocer la idiosincrasia de un pueblo, no me equivoqué. La comida fue sencilla, sabrosa, abundante y variada y enseguida me encontré rodeado de rostros anónimos pero familiares y sonrisas hospitalarias. Al final me despedí entre sinceros apretones de manos y habiendo brindando innumerables veces con pequeños vasitos de vodka, con un único deseo: que mi viaje se desarrollara felizmente.
Me acosté temprano. Al día siguiente saldría hacia Samarcanda.
Me acompañaba en este periplo el libro Embajada a Tamerlán escrito por Ruy González de Clavijo y que está considerado el primer libro de viajes escrito en lengua castellana. Este curioso personaje salió el 21 de mayo de 1403 del Puerto de Santa María (Cádiz) con la misión encomendada por el rey Enrique III de Castilla de dirigirse a las lejanas tierras de Tamerlán para entablar buenas relaciones con él y de esta forma conseguir un buen aliado ante los turcos, que por aquella época no abandonaban su instinto expansionista amenazando a Europa
El viaje no surtió los efectos deseados. El emperador mongol falleció a los setenta años durante una campaña en China antes que el embajador español llegara a la corte de Samarkanda, pero al menos sirvió para que Ruy González de Clavijo dejara escritas en las páginas de su libro las experiencias y cosas curiosas que vivió durante los tres años que duró su viaje.
Las cuatro horas y media que tardé en recorrer los apenas 300 km que separan Tashkent de Samarcanda trascurren por un paisaje anodino y sin mucho interés. A ambos lados de la carretera hay campos de algodón y mujeres trabajando en ellos, también pequeños puestecillos donde venden melones, manzanas, miel y pescado seco. Nos detuvimos en varias ocasiones y, al menos, de esta manera se fue rompiendo la monotonía de este pesado trayecto.
Samarcanda es como esas viejas damas aristócratas que languidecen lentamente y que su dignidad se conserva a duras penas más por su propia leyenda que por el momento presente que viven. En un primer momento suele desilusionar al viajero. En mi caso, quizás las expectativas que llevaba eran muy grandes y sin duda me sentí defraudado, pero no importaba, estaba en Samarcanda y ya eso era suficiente motivo de orgullo.
Su historia es antigua y plagada de invasores. Los persas las llamaron Afrasiab, más tarde Alejandro Magno la denominó Maracanda, luego vinieron los conquistadores árabes, los mongoles de Gengis Khan y finalmente Tamerlán que la convirtió en la capital del mundo. A partir de ese momento su lenta agonía fue inexorable al paso de los siglos y poco queda hoy de aquella legendaria ciudad que maravillaba a todos aquellos comerciantes que transitaban por la Ruta de la Seda y que con tanta pasión y sorpresa describiera Ruy González de Clavijo.
“ En la ciudad de Samarcante se tratan cada año muchas mercadurías de muchas maneras que allí viene del Catay y de la India de Tartaria, y de otras muchas partes y de su tierra, que es abastada, y porque en ella no había plaza solemne para que se vendiesen ordenada y regladamente…….”
Pero lo que si enamora a cualquier viajero presente o pasado es la Plaza de Reghistan. Formada por tres madrasas, o escuelas coránicas y una mezquita, ha conseguido recuperar gracias a los numerosos y costosos trabajos de restauración su pasado esplendor. Hoy sus construcciones brillan de nuevo orgullosas presumiendo de sus adornos a base de filigranas decorativas fabricadas por pacientes artesanos en los tradicionales mosaicos de colores azul, verde y blanco.
Es este un buen lugar para pasar las horas. Sus monumentos parecen distintos dependiendo de la hora del dia en que nos encontremos. No será lo mismo la imagen que tendremos de la plaza con la luz suave del amanecer que la de las horas centrales del dia y mucho menos cuando los reflejos dorados del atardecer se apoderan de las cúpulas y minaretes. Pasé por allí en diferentes momentos y siempre me detuve para simplemente observar las muchas cosas que sucedían a mi alrededor. Nadie me había advertido que en este lugar la capacidad de soñar le desborda a uno sin piedad y al menos para mi, ese es sin duda el mayor atractivo de la Samarcanda actual.
Viajé en el tiempo y eso me sucedió en esta plaza. Me vi inmerso en las multitudinarias caravanas, dormí agotado en los caravanserrallos, compré y vendi lujosos artículos, conocí gentes llegadas de lejanas tierras, me sorprendí al escuchar bellas melodías, bebí relajantes tes mientras charlaba tumbado sobre una alfombra a la sombra de un árbol, escuché los cantos del muezín llamando a la oración, me enamoré de una linda muchacha de singular belleza y todo eso sin apenas moverme unos metros. ¡ Que fácil es soñar en Samarcanda ¡
Pero también hay otros muchos lugares que visitar.
La mezquita de Bibi Khanym, una de las más grandes en la antigüedad, el mausoleo Shah i Zinda, considerado como un lugar sagrado para los musulmanes ya que aquí yace enterrado Qusam Ibn Abbas, primo del profeta Mahoma; el mausoleo Gur e Amir donde se encuentra los restos del artífice de haber convertido esta ciudad en una verdadera joya en la antigüedad y capital de su imperio, Tamerlan. Le acompañan en este recinto los restos de dos de sus hijos y su nieto y sucesor ,el gran astrónomo Ulug Beg, que abandono las armas por la ciencia. Dominó las matemáticas y la astronomía, hablaba persa árabe y turco y fue un gran mecenas de poetas,escritores e historiadores.
No quise abandonar Samarcanda sin ir antes a Shahrisabz, la primera capital de Tamerlan. Situada a 80 kilometros es un lugar tranquilo y hoy apenas quedan restos de su pasado esplendor. Del famoso Palacio Blanco, Ak Saray que tuvo la ocasión de visitar Ruy Gonzalez de Clavijo, tan sólo se conservan los restos de dos torres de ladrillo que formaban la entrada.
Mi viaje acababa de comenzar y aun quedaban muchos lugares por conocer en estas tierras de Asia Central. Bujara, Khiva y el valle de Fergana me esperaban.
Recorde las palabaras de Jack Kerouac: “……teníamos mucha carretera por delante. Pero no importaba. La carretera, es la vida “ asi que que al igual que escritor partí con entusiasmo hacia mi próximo destino.