Joyas del Báltico

Tierras de vikingos, muros de libertad, vestigios del telón de acero y cuentos de zares y zarinas… Un abanico de costumbres, tradiciones, culturas e historias que dieron forma a esta parte de Europa que ahora brilla con luz propia. 

Por Óscar San Martín Molina

Dicen que los mares del Norte son fríos y que en sus profundidades habitan gigantescas criaturas que velan por sus aguas. Desde épocas remotas, allá por la era vikinga, estas criaturas divinizaron historias y profecías hasta convertirlas en auténticas leyendas y mitos. Pero, en fin, no todo son fábulas por estos rincones que, si algo tienen, son historia y cultura por cada puerto y ciudad que recorre este crucero.

Copenhague

Nuestras andanzas y periplos por el mar Báltico comienzan en la irresistible Copenhague. Aquí es donde todo comienza: sus canales, sus lagos y el mar forman el telón de fondo de esta moderna ciudad que, a su vez, son testigo del pasado portuario de la ciudad como importante enclave del Báltico. Y siendo tal su magnitud, es el punto de partida de nuestro Joyas del Báltico.

Es agosto y la temperatura es agradable, invita a buscar a la famosa escultura de La Sirenita y su fábula. Cuenta la historia que los hombres que merodeaban por las aguas Mar Báltico se sentían encantados por los cantos de las sirenas. Fue así como, en esta ciudad de Dinamarca, un humilde pescador se vio embrujado por el hermoso cantar de una sirena. La leyenda narra que aquella sirenita prefirió poseer aspecto de mujer para conquistar el amor del príncipe del cual ella también se había enamorado, antes que poseer la inmortalidad que por su condición de sirena tenía.

Tras un breve paseo por los canales de la ciudad y por el Palacio Amalienborg, la residencia real, con la impresionante fuente de Gefion coronando el centro de la plaza que rodea el palacio, se intuye, de una forma palpable, esa atmosfera melancólica y romántica que La Sirenita y Copenhague conjugan y transmiten a la vez. Es una buena forma de comenzar este crucero…

Tiempo de relax y Berlín

Hoy nos levantamos románticos y sonrientes y, tras un suculento desayuno en el Empress, sabemos lo que hemos dejado atrás y contemplamos lo que nos deparará este día.

Muy temprano atracamos en Warnemunde con nuestra cabeza puesta en Berlín, que evoca libertad.

Tardamos unas tres horas desde el puerto hasta esta cosmopolita ciudad. Todos sabemos que la espera y el trayecto merecen la pena.

Nuestra primera parada nada más llegar a Berlín es en el Castillo de Charlottenburg, hogar de Federico El Grande, el emperador prusiano más legendario. Más tarde, visitaremos la Columna de la Victoria, el Parque Tiegarten y la histórica Puerta de Brandenburgo, para terminar en la antigua frontera de las extintas Alemanias: El Muro de Berlín. Ya han pasado más de veinte años y el lugar posee cierto misticismo, con un halo de historia y progreso. Por lugares como este hay que seguir creyendo en la Humanidad… ¡Goodbye Lenin!

Cansados y con ganas de volver a nuestro barco, nada más llegar al Empress nos damos una ducha y nos preparamos para acudir a la Cena de Gala con el Capitán de nuestro navío.

Llevamos dos días ya en el Empress y nos sentimos muy a gusto, como en casa. Antes de la ducha decido ir al moderno gimnasio para desentumecer los músculos tras un día tan ajetreado, y pedir hora en el Spa para el siguiente día.

Al día siguiente no toca madrugar, y lo dedicamos a disfrutar de nuestro barco y, sobre todo, descansar y planear el itinerario de la visita del día siguiente. Acudimos a la biblioteca y nos documentamos sobre nuestro próximo destino: Estocolmo.

Estocolmo y Tallín

Parece que hoy sí toca madrugar, Estocolmo nos espera.¡Es la tierra de los Premios Nobel! Nos encontramos relajados, aunque ayer trasnochamos más de la cuenta en la fiesta hippie organizada por la tripulación del barco…

Decidimos comenzar la excursión en Fjällgatan, que ofrece una impresionante panorámica del Puente Oeste, para dirigirnos al Ayuntamiento de Estocolmo, famoso por su arquitectura y por albergar anualmente los premios anteriormente citados.

Es hora de regresar a puerto, hoy queremos disfrutar de la puesta de sol en la salida de Estocolmo. ¡Desde el puente de mando!

Tras esta experiencia, ¡sí que nos creemos unos marineros en toda regla! El día toca a su fin y saboreamos los recuerdos mientras Morfeo se apodera de nosotros.

Es un nuevo día y ubicados en pleno corazón del mar Báltico, hemos amarrado en Tallín (mirar reportaje Tallín en esta web), capital de Estonia. Tallín es una de esas ciudades medievales que parecen sacadas de cuentos de hadas, donde sus calles y torrecillas nos llevarán hasta la catedral ortodoxa de Alejandro Neuski, se notan los aires rusos…

Nos vamos a la ciudad estrella del crucero.

San Petersburgo

Esta mañana divisamos el horizonte y se nos muestra imponente e impasible. Es la tierra y ciudad por excelencia de los Zares. En San Petersburgo todo es colosal y monumental, parece que los tiempos soviéticos no consiguieron borrar todas las connotaciones y magia de la antigua Rusia Zarista.

Bañada por sus museos, con el Hermitage como protagonista, distinguimos la fortaleza y la catedral de San Pedro y San Pablo entre los canales por los que las zarinas disfrutaban de la grandeza y esplendor del Imperio Ruso. Decidimos imitarlas y conocer en barco esta ciudad.

El día llega a su ocaso y esta noche dormiremos en San Petersburgo, nuestro barco pernocta en su puerto, lo que significa que tenemos una oportunidad única para acudir al ballet ruso

Helsinki, se acerca el final

Con rumbo a Helsinki, extrañamos a la omnipresente San Petersburgo. Creo que más que añorar esta joya del Báltico, sentimos que el crucero toca a su fin. Es nuestro último día y eso es lo que realmente nos apena.

Todavía nos queda tiempo para regresar a nuestro punto de destino y optamos por deambular por la vanguardista Helsinki. Es una ciudad pionera en el modernismo pero que guarda sigilosamente siglos de historia en calles como Splandi o Mannerheimmintie, donde se encuentra la Ópera. Una visita por el Estadio Olímpico, construido para los juegos de 1952, nos hace contemplar el reloj, donde Cronos nos indica que debemos regresar a nuestras moradas.